“La ley moral, entonces (para comenzar), está contenida bajo dos encabezados, uno de los cuales simplemente nos ordena adorar a Dios con pureza de fe y piedad; el otro, abrazar a los hombres con afecto sincero. En consecuencia, esta ley es la verdadera y eterna regla de justicia prescrita para los hombres de todas las naciones y tiempos, que desean conformar sus vidas a la voluntad de Dios. Porque es su voluntad eterna e inmutable que él mismo sea verdaderamente adorado por todos nosotros, y que nos amemos los unos a los otros.
La ley ceremonial era la tutela de los judíos, con la cual le parecía bien al Señor entrenar a este pueblo, en su infancia (por así decirlo), hasta que llegara el cumplimiento del tiempo (Gal 4: 3-4; cf. cap. 3: 23-24), para que Dios manifestase plenamente su sabiduría a las naciones, y mostrara la verdad de aquellas cosas que antes se habían anunciado solamente en figuras.
La ley judicial, dada a ellos para el gobierno civil, impartía ciertas fórmulas de equidad y justicia, por las cuales podían vivir juntos pacíficamente y sin culpa.
Esas prácticas ceremoniales de hecho pertenecían a la doctrina de la piedad, en la medida en que mantenían a la iglesia de los judíos en servicio y en reverencia a Dios, y sin embargo estas mismas leyes podían distinguirse de la piedad misma. Del mismo modo, la forma de sus leyes judiciales, aunque no tenía otra intención que la mejor manera de preservar ese amor que es ordenado por la ley eterna de Dios, tenían algo distinto a ese precepto de amor. Por lo tanto, así como las leyes ceremoniales podían ser abrogadas mientras la piedad permanecía segura e ilesa, así también, cuando estas leyes judiciales fueron eliminadas, los deberes y preceptos perpetuos del amor aún podrían permanecer.
Y si esto es cierto, seguramente todas las naciones tienen la libertad de hacer tales leyes que prevean ser beneficiales para sí mismas. Sin embargo, estas deben estar en conformidad con esa regla perpetua del amor, de modo que aunque varíen en forma, tengan el mismo propósito. Porque no creo que esas leyes barbáricas y salvajes, como el honrar a los ladrones, las relaciones sexuales promiscuas permitidas, y otras más sucias y absurdas, sean consideradas como leyes, pues son aborrecibles no solo a toda justicia, sino también a toda la humanidad y gentileza.”
Institutes of the Christian Religion. John Calvin Ch.XX.15